La verdad es que tengo poco tiempo y el tema es muy amplio, complejo e interesante como para despacharlo en unos posts deprisa y con poca argumentación. De hecho no podría, ni sabría, entrar a fondo en este asunto, que no domino y que experimento únicamente como usuario final. Por lo menos, ya que empecé esta “letanía”, tratar de dejar unas ideas básicas, asimiladas con el tiempo, medio cosidas para quien quiera completarlas, matizarlas o descuartizarlas pero sin pretender llevar el hilo a la enésima versión de vinilo vs. CD porque no pretendo ir por ahí.
Inicialmente, comentaba que la “revolución” en la calidad de las grabaciones debería ir en varios sentidos. Esto no lo digo yo, que no tengo ni idea; solamente me “cuelgo” de la línea argumental de muchos músicos, ingenieros de sonido y gente relacionada con el mundo del audio (la industria es cosa aparte).
¿En qué podría consistir esta revolución? Puede comenzar, por ejemplo, en tener en cuenta la importancia de lo que podríamos denominar el factor musical y artístico, internalizándolo en el proceso de grabación y masterización. Generalmente, este procedimiento se ha terminado por convertir en una mera secuencia de manejos tecnológicos, en la mayoría de los casos ajenos por completo al mensaje musical original, a la interpretación y también a la disposición espacial de solistas, coros u orquesta en un contexto musicológico concreto. Quiero suponer que hay excepciones o las hubo, aunque cuando un disco me suena mejor, no sabría decir qué grado de calidad real ha alcanzado el máster. Algunos músicos prefieren, cuando pueden, controlar todas las fases hasta el producto final, incluso creando su propio sello discográfico (también para financiarse su propia producción, naturalmente).
Además, sería extraordinario que las grabaciones sepan trasladarnos lo más fielmente posible el ambiente acústico original, sobre todo cuando el evento se desarrolla fuera del estudio de grabación. Esto, que parece de Perogrullo, no es precisamente lo habitual. No es lo mismo el Royal Albert Hall que la catedral de Sevilla. Cuando un músico elige escenario para recrear un hecho musical, tiene o puede tener sus razones, algunas muy poderosas. Se podrían citar, abundando en esta idea, célebres y antiguos compositores que escribieron música pensando, precisamente, en el recinto donde debía ser interpretada, J.S. Bach entre ellos. No es un asunto, por tanto, baladí: nos
cocemos el cerebro tratando de encontrar un equilibrio acústico y de ambiente en nuestra sala cuando ni siquiera tenemos referencias claras para contrastarlo.
Entramos ahora en el asunto del dichoso "margen dinámico":
Sostenido escribió:Los márgenes dinámicos que reclaman esta gente para los CDs ya los tenían las grabaciones en disco de vinilo hace más de 40 años...
Curiosamente, por ilustrar un poco este comentario, resulta que el rango dinámico potencial del formato CD es muy superior al del vinilo: 70 dB en el mejor de los casos frente a, nada menos, unos 96 dB del CD, es decir, una amplitud casi 10 veces superior en este último. La limitación del vinilo, en realidad, viene dada por el ruido de fondo producido al contacto de la aguja con el surco. A este nivel o por debajo, un
pianissimo no se llegaría a escuchar, a diferencia de lo que ocurriría con un CD.
Sostenido escribió:¿los equipos hi-fi de hoy tienen un rendimiento inferior a los de hace 40 años? No hablamos de reproducir la dinámica real de un directo sino de grabaciones
No, no me refería a reinventar la hi-fi, sino que el día que consigamos reproducir grabaciones con un margen dinámico de 90 dB, aun quedando lejos del potencial de un directo (en torno a 120 dB en algunos conciertos), encontraremos los límites de muchos sistemas considerados de alta gama por su precio. Por supuesto, no siempre hay música con esos contrastes y habría que ver qué límites podrían ser reproducibles en un entorno doméstico como son nuestros "garitos".
¿Entonces qué ocurre con el formato CD? Supongo que con el formato, en sí mismo, nada aunque todo sea mejorable. Simple y llanamente que se están tirando a la basura todas sus posibilidades. La deformación cultural hacia el “volumen”, que no tiene nada que ver con el contraste dinámico, hace que se recurra a la compresión, restringiendo la dinámica musical. Por eso el amigo Soste y cualquier mortal con un oído medio cultivado
bufa con semejantes bodrios masterizados con, por ejemplo, 10 dB de variación. Resultado: se acabó la expresión musical del disco, es como echarle agua a un gran vino.
Esta podría ser, posiblemente, una de las razones de la añoranza y posterior resurgimiento del vinilo como formato de audio.
Saludos